Orden monetario global: ¿será retado el dólar por el yuan?

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Edificio proyectado por Mario Botta en Basel y adquirido por la BIS en 1998. Foto de m.a.r.c. from Berlin - Building of Mario Botta, BaselUploaded by limojoe, CC BY-SA 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15744858

De acuerdo con la teoría monetaria, la primera función de la divisa es servir como medio de cambio. Esto consiste en que la moneda debe ser aceptada ampliamente por los agentes del mercado. La segunda función del dinero es la de ser depósito de valor, definido como la posibilidad que tienen los agentes del mercado de atesorar o acumular ese bien por su utilidad para proteger el poder adquisitivo. Finalmente, la tercera función es la de ser unidad de cuenta dentro de una economía, a fin de hacer de la contabilidad un instrumento homogéneo y comparable (Mankiw, Principios de economía, 6ª ed., 2012).

En clave internacional, el debate va aparejado al estatus hegemónico del dólar como divisa de comercio internacional y de reserva desde los Acuerdos de Bretton Woods (1944). Pero no basta con que una jurisdicción acepte el dólar como dinero de curso legal, es necesario que los actores del mercado lo utilicen efectivamente como depósito de valor y unidad de cuenta para que una moneda sea exitosa, es decir, utilizada ampliamente en el comercio, como lo es el dólar actualmente a escala global.

Los datos del Fondo Monetario Internacional muestran que, al último trimestre de 2023, el dólar estadounidense representaba el 58,41% de las reservas de divisas asignadas, lo que es mucho más que las reservas mantenidas en euros (19,98%), yenes japoneses (5,7%), libras esterlinas británicas (4,8%) y yuan/renminbi chino (menos del 3%). Mientras tanto, el dólar estadounidense sigue siendo la principal moneda de facturación en el comercio mundial, con el 40% de las transacciones comerciales internacionales de bienes facturadas en dólares a pesar de que la participación de EE.UU. en el comercio mundial es de solo el 10%. Si bien el dólar sigue siendo la moneda clave, enfrenta desafíos en todo el mundo, ya que la participación del dólar estadounidense en las reservas de divisas asignadas ha disminuido gradual pero sostenidamente durante los últimos veinte años.

El factor más relevante que ha contribuido a la hegemonía del dólar es el hecho de que todavía es la moneda en la que se cotizan muchos productos estratégicos importantes, como el petróleo y el oro. Decimos “todavía” porque Arabia Saudita se ha unido el pasado mes de junio a mBridge, un proyecto experimental del Banco de Pagos Internacionales (BIS) sobre moneda digital transfronteriza de los bancos centrales en el que participan China, Hong Kong, Tailandia y Emiratos Árabes Unidos. Y mBridge no tiene previsto aceptar pagos en dólares por ahora.

Este hito representa un cambio sustancial en la inercia del sistema del petrodólar imperante desde los acuerdos de seguridad firmados entre EE.UU. y Arabia Saudí en 1974, que otorgó al dólar un papel central en la economía global. En virtud de esos acuerdos, el hegemón estadounidense compra (compraba) petróleo a Arabia Saudí, y los jeques saudíes usaban ese dinero para comprar equipo militar a los fabricantes de armas estadounidenses, mientras que los ingresos de las ventas de petróleo se guardaban en letras del Tesoro norteamericano y en el sistema financiero occidental (Wall Street). Este acuerdo para “reciclar” los beneficios del petróleo en la economía estadounidense y en el mundo bancario occidental conocido como sistema del petrodólar ha sido sin duda el principal pilar del dólar y en consecuencia lo que suponga un cambio en esta dinámica puede tener efectos sísmicos en toda la economía mundial.

De momento, una mayoría de países siguen usando dólares y adquiriendo instrumentos financieros referenciados al dólar (bonos de deuda estadounidense) como activos de reserva, al tratarse de valores estables y líquidos. Esta tendencia ha potenciado la demanda de dólares y ha contribuido a su dominio global, permitiendo a EE.UU. ejercer una influencia determinante en las políticas económicas de muchos países, también a través de las finanzas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, ambos con sede en Washington.

Asimismo, como puede observarse en el portal Statista, el valor de dólar no ha tenido históricamente una volatilidad mayor que otras divisas. Su estabilidad ha ofrecido tradicionalmente una clara ventaja para el mercado de materias primas que se fijan en dólares, potenciando así una función de unidad de cuenta y medio de intercambio. Con la estabilidad de su valor se ha garantizado que tenga una pérdida de capacidad adquisitiva muy baja para sus usuarios, o dicho en otras palabras, los países y poblaciones “dolarizadas”, en mayor o menor grado, han tenido la percepción de una inflación más controlada, por contraste con los países donde el banco central nacional ha manejado inflaciones relativas más altas que han atentado contra el poder adquisitivo de su población, y con ello, causando que sus monedas de curso legal perdieran paulatinamente la función de depósito de valor. Este fue el caso de Argentina en las últimas décadas, donde el peso fue perdiendo las funciones del dinero en favor del dólar, debido una inflación desbocada.

Ecuador, El Salvador y Panamá: ejemplo de países dolarizados

Estos tres países cedieron legalmente su soberanía monetaria en favor de Washington. En el caso de Ecuador, la dolarización fue una salida a una inflación que llegó a superar el 90% en el año 2000, y que no pudo ser controlada por su autoridad monetaria. El resultado de adoptar el dólar como moneda de curso legal fue positivo en lo que se refiere a controlar la inflación, ya que en los últimos veinte años no ha superado el 5%.

Ecuador fue un ejemplo para ilustrar cómo las funciones clásicas del dinero (reserva de valor, medio de cambio y unidad de cuenta) dejaron de ser cumplidas por su divisa nacional debido a la alta inflación y a las fuertes expectativas de devaluación monetaria. El dólar asumió esas funciones y su aceptación se universalizó en el país hasta producirse finalmente su reconocimiento como legal tender, divisa de curso legal.

En el caso de Panamá, su dolarización vino condicionada a la influencia estadounidense sobre el canal transoceánico, enclave estratégico fundamental para los intereses geopolíticos del hegemón norteamericano en su “patio trasero” (como explica Naranjo Chiroboga, M.P., “Hacia la dolarización unilateral: el modelo de Panamá y su aplicabilidad en Ecuador”, Estudios de economía aplicada, Nº 13, 1999, pp. 101-128).

En el caso de El Salvador, la dolarización tuvo como motivación el objetivo de evitar una eventual devaluación, buscando la estabilidad y garantías que otorgaba el dólar estadounidense para su economía (Ibarra et al., “La dolarización en El Salvador: implicaciones, ventajas y riesgos”, Investigación Económica, vol. LXIII, Nº 248, abril-junio, 2004, pp. 71-93).

Por tanto, Ecuador, Panamá y El Salvador, al establecer al dólar como moneda de curso legal, obtuvieron dos efectos derivados de la dolarización a costa de ceder su soberanía monetaria: aseguraron su estabilidad en términos de dinero circulante e inflación controlada. Si bien cada uno tiene unas actividades productivas diferentes como medio para obtener ingresos, dolarizar les permitió generar eficiencias en el intercambio de bienes y servicios en el mercado global.

En particular, en el caso de Ecuador, que depende en buena medida de las rentas petroleras, al dolarizarse generó una eficiencia clara en la medida en que el petróleo se negocia en dólares y se elimina la necesidad de intercambiar monedas. Un resultado muy similar respecto de las remesas que recibe El Salvador de su población expatriada en EE.UU. o la gran actividad comercial que tiene Panamá por la privilegiada posición geográfica y el gran negocio que ha representado la infraestructura del canal.

Los tres países mencionados atestiguan experiencias satisfactorias en el proceso de subordinación a la política monetaria y financiera a Washington. Dolarizarse supuso terminar con una parte de los desequilibrios económicos -más en el nivel de los efectos que de las causas-, a cambio de desprenderse de la soberanía monetaria. Los tres ejemplifican hoy el gran poderío de EE.UU. por su capacidad de situar al dólar como divisa para la negociación internacional de commodities (sobre todo hidrocarburos) e incluso como divisa de curso legal en terceros países, como los tres mencionados de su “patio trasero”.

Pero ¿qué pasaría si los países productores de materias primas fueran abriéndose a la venta de sus recursos en otras divisas?

La reciente entrada de potencias petroleras en los BRICS Plus (Arabia Saudí, Irán, Emiratos Árabes Unidos), desde enero de 2024, abre la puerta a que China e India -grandes demandantes de materias primas e hidrocarburos-, puedan abastecerse de forma más flexible, diversificando sus reservas y obteniendo mejores condiciones. La tarea de vincular aliados estratégicos de gran magnitud económica, poblacional, territorial, en diferentes latitudes del globo, permite a esta alianza establecer variadas sinergias entre sí al margen de Washington.

Por otro lado, a pesar de los ríos de tinta sobre la guerra de Ucrania, lo cierto es que la verdadera guerra no tiene lugar en el campo de batalla, sino más bien en el campo económico, financiero y comercial, y en particular en el ámbito monetario y bancario. El objetivo declarado de China y Rusia, y por extensión, también de los BRICS Plus, es acabar con la hegemonía del dólar como moneda de reserva global a favor del comercio intra-BRICS en monedas nacionales propias o mediante una futurible moneda BRICS de reserva. En este sentido, Rusia ya ha adoptado la moneda china para su comercio internacional –presionada por las sanciones impulsadas por Occidente como respuesta a su intervención militar en Ucrania– y está promoviendo su adopción entre sus socios económicos de Asia, África y Sudamérica.

Ahora bien, utilizar una moneda específica como valor predeterminado para transacciones internacionales no necesariamente equivale a utilizarla como divisa de reserva. Es decir, se pueden intercambiar bienes o servicios en una moneda determinada, pero luego cambiarla por otra diferente, sin mantener la primera en su tesorería, pero utilizando la segunda como moneda de reserva. En consecuencia, emplear el yuan como moneda de comercio internacional no significaría lo mismo que convertir la divisa china en una fuente de reserva.

En el improbable caso de que un significativo número de países recurrieran al yuan como moneda de reserva, eso podría generar un grave problema para China. Obligaría al gobierno de Pekín a eliminar o suavizar en gran medida sus políticas de control de capitales para permitir el libre flujo de yuanes y otras monedas tanto dentro como fuera del país. Eso haría difícil para el régimen sostener su planificación económica.

Pekín ¿un contrapoder global?

En el fondo, el ascenso económico de China en las últimas décadas conduce naturalmente a Pekín a la difícil disyuntiva de asumir o no un mayor peso en el contexto político global, politizando su divisa, esto es, haciéndola un instrumento no sólo de su propia política monetaria y comercial sino de proyección geopolítica.

Hay que tener presente que el espectacular crecimiento de la economía china tiene su fundamento teórico en la determinación del tipo de cambio real mediante un modelo basado en la economía política clásica. La competitividad china, su emergencia como gran potencia exportadora global, se ha sustentado en la teoría del valor-trabajo que subyace a los precios nacionales e internacionales y, en estas condiciones, el principio de la ventaja de costes absolutos configuró un comercio internacional en la que China supo jugar muy bien el papel de “gran fábrica del mundo” (Made in China), con el beneplácito de Occidente a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

De este modo, como han demostrado algunos estudios, como el de Thanos Poulakis y Persefoni Tsaliki para el periodo que va de 1982 a 2018, los costes laborales unitarios relativos actuaron como reguladores determinantes del comportamiento a largo plazo de los tipos de cambio reales entre China y EE.UU. (“Exchange rate determinants of the US Dollar and Chinese RMB: A classical political economics approach”, Investigación económica, Vol. 82, Nº 323, 2023, pp. 3-26).

Como es sabido, China está buscando incentivar su consumo interno liberalizando el mercado con el objetivo de introducir un cambio de su modelo de crecimiento económico a través del incremento de la demanda interna y el desarrollo del sector servicios. Dicho cambio de modelo coincide en el tiempo con la desaceleración de su economía, especialmente pronunciada tras la guerra comercial que emprendió la Administración Trump (desde 2017) y que continuó Biden, así como por los efectos de la pandemia y la reestructuración de muchas cadenas globales de valor.

El Banco Popular de China (PBOC) ha recurrido a herramientas reguladoras poco convencionales, tales como operaciones de liquidez de corto plazo, líneas de crédito permanentes y contratos de recompra, con la finalidad de impulsar la oferta monetaria. Asimismo, las sucesivas devaluaciones del yuan han pretendido aumentar el papel del mercado en la formación del tipo de cambio, si bien sus efectos sobre la competitividad de las exportaciones han puesto en cuestión el proceso de cambio del modelo de crecimiento, como han expuesto Taib Othman Abdurrazaq y Aysar Y. Fahad, en su trabajo “The Future of the Dollar in Light of the Rising Economic Capacity of Chinese Trade”, International Journal of Professional Business Review, Vol. 8, Nº 7, 2023.

China ha prosperado gracias a su estrategia de acumulación de reservas y el consiguiente excedente de exportaciones. Pero la estrategia ha tenido sus desventajas. La acumulación de reservas ha dejado a la economía china expuesta a una eventual devaluación del dólar, al mismo tiempo que su dependencia de las exportaciones la ha dejado a merced de la caída del consumo occidental producida en los últimos años. A resultas de lo anterior, China tiene incentivos para repensar su modelo de crecimiento, acumulando menos reservas y tratando de reducir su superávit de cuenta corriente. En este sentido, medidas como una apreciación más rápida del yuan y un cambio en la estrategia de reservas podrían llevar a China en esta dirección. Y aquí surge pues la cuestión de la yuanización o internacionalización del yuán.

Yuanización: una jugada en marcha, pero arriesgada

La política de Pekín para la internacionalización del yuan – renminbi (RMB) – implica promover la utilización de la moneda en las transacciones comerciales y financieras internacionales, y por tanto retar la hegemonía global del dólar y por consiguiente a la Pax Americana.

La emisión de una moneda internacional aporta ventajas como la capacidad de endeudarse en la propia moneda, pero también riesgos evidentes, como la posibilidad de que la misma sufra ataques especulativos de otras potencias. Para convertir la moneda propia en internacional el país emisor tiene que satisfacer una serie de requisitos macroeconómicos y políticos. En el caso chino, como apunta Julio Sevares, “¿RMB vs. Dólar? La expansión china y la política de internacionalización del renminbi”, Ciclos en la historia, la economía y la sociedad, Nº 56, 2021, pp. 3-32, el gigante asiático tendría que acometer una liberalización del movimiento de capitales y promover un mercado exterior de bonos, lo que todavía son asignaturas pendientes para Pekín.

Esta resistencia a abrir su divisa al exterior se ha justificado en evitar una sobreexposición internacional que pudiera generar un impacto negativo a su economía, por la eventual injerencia en la misma de la banca y fondos de Wall Street, entes con capacidad de “militarizar” las finanzas internacionales desde su posición neurálgica, como en efecto ha sufrido Rusia con las rondas de sanciones impuestas por Occidente desde febrero de 2022, sobre todo en lo relativo al sistema de mensajería interbancaria SWIFT y la congelación de sus activos. China, por analogía, teme que Occidente pueda desestabilizar su economía con vistas a intentar convulsionar su régimen político.

Ahora bien, el proceso de internacionalización del yuan es sustancialmente diferente -mucho más prudente- que el de otras monedas que pasaron históricamente por procesos de internacionalización, pues lo que preside la política económica china es el principio de soberanía monetaria, es decir, que la divisa no pueda ser controlada por los mercados internacionales, trasunto hoy por hoy de Wall Street, en tanto que columna vertebral del sistema financiero global. Pekín nunca permitirá que los halcones de Washington puedan jugar esa baza antes de que sus mandarines dispongan de capacidad para contraatacar.

Por esta razón, es de esperar que en la medida de que la producción y el comercio exterior chinos sigan creciendo por encima de los países occidentales, el uso de su moneda se expanda a nivel internacional, pero silenciosamente, obedeciendo así a una política cuidadosa y calculada, de acuerdo al Plan Quinquenal XIV que se completará en 2025. Para ello, será determinante la dimensión crediticia y financiera exterior que representan el plan de infraestructuras One Belt One Road y la plataforma de los BRICS.

Si el proceso de yuanización resulta viable, a pesar de los difíciles obstáculos que encontrará en el camino, los resultados podrían ser constructivos, tanto para China como para lo que se ha dado en llamar “Sur Global”, países con economías aun altamente dolarizadas y dominadas por la banca y corporaciones multinacionales del “Norte Global”. Por eso es comprensible que, en un contexto de competencia estratégica, todos los actores busquen alternativas y diversificar riesgos. China juega así su nuevo papel, como contrapoder, potenciando sin prisa, pero sin pausa la internacionalización del yuan, ayudando a la diversificación de la oferta de activos de reserva, y facilitando que muchos bancos centrales puedan mantener sus reservas contra posibles shocks financieros.

Conclusión

Los esfuerzos de China y el resto de los BRICS por desplazar al dólar como moneda de reserva mundial son reales. A buen seguro en los próximos años se irán dando pasos en este sentido, desafiando el statu quo de la economía global todavía altamente dolarizada. Sin embargo, sus probabilidades de éxito son posiblemente bastante menos realistas y, de hecho, podrían no conducir a los resultados deseados por Pekín, sino más bien todo lo contrario.

Al convertirse en el proveedor global de moneda de reserva, en competencia con EE.UU., China tendría una fuerte tendencia al déficit exterior – es decir, su economía dejaría salir más yuanes de los que entrarían – reduciendo de ese modo sus exportaciones e incentivando la importación de bienes extranjeros. Esto, una vez más, no sería a priori compatible con la planificación defendida por el Partido Comunista Chino (PCCH) hasta la fecha.

El futuro del dólar depende de seguir cumpliendo la función de instrumento universal de cambio, ya que esta es la clave de bóveda del dinero y es la que determina las dos funciones restantes del dinero (unidad de cuenta y depósito de valor). Por tanto, el declive de la Pax Americana basada en el dominio del dólar y en el sistema del petrodólar, nos conduce a un concierto internacional más multipolar que podría conducir a China a un cambio de modelo de su economía que comporte la internacionalización del yuan.

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