Conversión ecológica y transhumanismo

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1. Ecomodernismo y renaturalización tecnológica

Las abejas silvestres en Europa están amenazadas de extinción. Según una reciente evaluación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (Nieto, et al., 2014) es muy probable que en las próximas décadas se reduzcan dramáticamente sus hábitats y que se produzca un grave declive de la población de las especies de este insecto en todo el mundo.

La solución a los problemas de polinización de las flores que conlleva esta drástica reducción de la población de abejas podría ser los drones. Al menos así lo consideran en el Instituto Avanzado de Ciencia y Tecnología Industrial (AIST) de Japón que trabajan en polinizadores robóticos creados a partir de drones inspirados en las abejas con la ventaja añadida, según argumenta el equipo de investigadores del citado centro de investigación, que con polinizadores artificiales se pueden elegir y programar las rutas de polinización en grandes áreas de cultivo (probablemente transgénico) gracias a sistemas de cámaras, GPS e inteligencia artificial.

[caption id="attachment_8406" align="alignnone" width="780"]Drone actuando como una abeja. Drone actuando como una abeja.[/caption]

Sirva este ejemplo para introducir el concepto de ecomodernismo (también denominado modernismo ecológico o modernismo ambiental), movimiento que ve la tecnología como la clave de la solución a los problemas ambientales globales, y que está ganando adeptos y mucha repercusión, así como controversia y debate en los círculos académicos y en las entidades conservacionistas tradicionales.

Según el Manifiesto Ecomodernista (Asafu-Adjaye, et al., 2015), la tecnología es la solución y no el problema. En opinión de estos autores, el aprovechamiento de la innovación y el impulso del emprendimiento pueden salvar el planeta. Según los ecomodernistas, hay que utilizar las tecnologías emergentes no para conquistar la naturaleza, sino para darle espacio, para renaturalizar nuestro hábitat humano, aunque sea de forma sintética o artificial. En este sentido, afirman que si pudiéramos reducir el espacio del planeta que utilizamos para realizar nuestras actividades – por medio de tecnologías más inteligentes, ecológicas y eficientes-, entonces la naturaleza podría quedarse con el resto.

La tensión entre hasta qué punto la tecnología puede resolver nuestros problemas ambientales y humanos, así como hasta qué punto los agrava no es nueva. Pero el surgimiento de una agenda de aprovechamiento del avance tecnológico para mejorar y restaurar la naturaleza si que resulta nuevo.

2. Transhumanismo y evolución hacia el Homo Deus

Por otra parte, un movimiento paralelo a la visión ecomodernista confluye en estos tiempos acelerados de la hipermodernidad (Lipovetsky, 2006). El movimiento llamado transhumanismo parte del anhelo de superación del ser humano y apunta hacia un ser cualitativamente mejor mediante la implementación de la tecnología en nuestro cuerpo y mente. Se pretende un Homo Deus para cuando los cuerpos y los cerebros sean producto del diseño biotecnológico (Harari, 2016).

Según la World Transhumanista Association, podemos entender el transhumanismo como un modo de pensar en el futuro basada en la premisa de que la especie humana en su forma actual no representa el final de nuestro desarrollo, sino más bien una etapa relativamente preliminar (Postigo, 2009).

El filósofo Nick Bostrom ha definido formalmente el transhumanismo como “un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y aplicar al hombre las nuevas tecnologías, a fin que se puedan eliminar los aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y, incluso, la condición mortal ” (Bostrom, 2005).

Con estas premisas, los transhumanista no dudan en pensarse a sí mismos como una extensión del humanismo, ya que comparten su preocupación por los seres humanos en general y por los individuos en particular. Consideran que, aunque no se alcance la perfección, si es posible mejorar las cosas promoviendo un pensamiento racional. Su énfasis está centrado en el potencial de “llegar a ser” del que disponemos. Por eso es por lo que afirman que es necesario y deseable mejorar la condición humana, y emplear medios racionales para conseguirlo. Esta mejora no queda restringida a lo externo y ambiental (la cultura, la educación, los métodos humanistas tradicionales), sino que también se aplica al organismo humano. Y es esta aproximación la que permite pensar en ir más allá del humano actual (Cortina, 2016).

En este sentido, el Manifiesto Posthumanista, en el que se exponen las principales tesis de esta ideología de signo tecnocéntrico, afirma por un lado que “todo progreso de la sociedad humana se articula hacia la transformación de la especie humana tal y como es entendida en estos momentos” y por otro lado se afirma que “los cuerpos humanos no tienen límites” (Pepperell, 2003).

Sin embargo, estamos más de acuerdo con la posición del filósofo y teólogo Francesc Torralba cuando afirma que “el límite de la finitud es insuperable porque forma parte consustancial del ser humano. /…/ Frente a la finitud, está la posición estoica que postula transitar de la amarga resignación a la serena aceptación; pero también hay otra posición: la esperanza cristiana, la confianza de que no estamos solos, la esperanza de que el infinito sostenga lo que es finito y lo libere de la limitación” (Torralba, 2016).

En la trilogía publicada conjuntamente con el científico Miguel Ángel Serra (Cortina y Serra, 2015, 2016a, y 2016b) ya apuntábamos la necesidad de hacer un análisis crítico y un debate transversal sobre este relato de alcance global que nos presenta el transhumanismo y que supone una nueva concepción del futuro del ser humano.

A pesar de las diferentes aproximaciones que podríamos haber escogido en relación con los retos planteados por la ideología transhumanista, en el presente artículo hemos querido centrarnos, aunque sea de forma muy sintética, en el concepto de desarrollo.

Para la Singularity University, institución académica de referencia de la ideología transhumanista cuya misión es “reunir, educar e inspirar a un grupo de dirigentes que se esfuerzan por comprender y facilitar el desarrollo exponencial de las tecnologías y promover, aplicar, orientar y guiar estas herramientas para resolver los grandes desafíos de la humanidad “(https://su.org/), ciertamente el desarrollo humano resultará exponencial a partir de la convergencia de las tecnologías emergentes que supondrán cambios disruptivos en la evolución humana y en la biosfera.

Esta visión tecnoptimista del desarrollo exponencial contrasta con otra visión más centrada en el desarrollo humano integral y en el desarrollo sostenible defendida desde otras cosmovisiones sobre la evolución humana y el progreso. Una aproximación humanista cristiana basada en la ecología integral ha sido magníficamente tratada tanto por el papa Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate como por el papa Francisco en la más reciente encíclica Laudato Si’ en la que se nos invita a una auténtica conversión ecológica y a mirar el mundo para descubrir el valor intrínseco de las personas, del resto de los seres vivos y del conjunto de la creación, frente a la mirada utilitarista y tecnocrática que predomina actualmente; una mirada holística desde un enfoque sapiencial que evita cualquier reduccionismo (Carrera y Puig, 2.017).

El transhumanismo se nos presenta como la nueva utopía del siglo XXI. No obstante, hay que tener en cuenta, como señala David Jou en el epílogo del libro Angeles y robots del filósofo Jordi Pigem que “sin una serie de virtudes básicas, toda utopía ha generado infiernos” (Jou, 2017). Para Pigem, en estos momentos “hay dos caminos, el de la interioridad y el de la reidificación. Hay dos modelos: el de los ángeles y el de los robots. Son modelos incompatibles, son caminos divergentes. Y hay que escoger “(Pigem, 2017).

3. Paradigma tecnocrático y desarrollo humano integral

En sí misma considerada, la técnica se ambivalente. La encíclica Caritas in veritate (Benedicto XVI, 2009) inicia su capítulo sexto dedicado al desarrollo de los pueblos y la técnica constatando que si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar completamente a ella el proceso de desarrollo, de otro lado, advierte el surgir de ideologías que niegan totalmente la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que únicamente comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se usan bien . Tal y como señala el Papa Benedicto XVI “la idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios. Por lo tanto, es un grave error despreciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiende constitutivamente a “ser más”. Considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estadio de naturaleza originario, son dos formas opuestas para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad “(Benedicto XVI, 2009).

Como señala el Santo Padre emérito, “la persona humana tiende por naturaleza a su propio desarrollo integral. Este no está garantizado por una serie de mecanismos naturales, sino que cada uno de nosotros es consciente de su capacidad de decidir libre y responsablemente. Tampoco se trata de un desarrollo a merced de nuestro capricho, ya que todos sabemos que somos un don y no el resultado de una autogeneración. Nuestra libertad está originalmente por nuestro ser, con sus propias limitaciones. El desarrollo de la persona se degrada cuando ésta pretende ser la única creadora de sí mismo. De modo análogo, el progreso de los pueblos se degrada cuando la humanidad piensa que puede recrearse utilizando los prodigios de la tecnología. Ante esta pretensión prometeica, hemos de fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sino verdaderamente humanizada por el reconocimiento del bien que la precede. Para alcanzar este objetivo, es necesario que el hombre entre en sí mismo para descubrir las normas fundamentales de la ley moral natural que Dios ha inscrito en su corazón “(Benedicto XVI, 2009).

El desarrollo tecnológico puede animar la idea de la autosuficiencia de la técnica, cuando el hombre se pregunta únicamente por el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar. Por eso la técnica tiene un rostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana como instrumento de libertad de la persona, puede entenderse como elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas, como plantea la visión transhumanista. El proceso de globalización actual podría sustituir las ideologías por la técnica transformándose ella misma en un poder ideológico, que expondría a la humanidad al riesgo de encontrarse encerrada dentro de un a priori del cual no podría salir para encontrar el ser y la verdad. En este sentido, cada uno de nosotros conocería, evaluaría y decidiría los aspectos de su vida desde un horizonte cultural tecnocrático, al que perteneceríamos estructuralmente, sin poder encontrar jamás un sentido que no fuera producido por nosotros mismos. Cuando el único criterio de verdad es la eficiencia y la utilidad, se niega automáticamente el desarrollo. Tal y como señala el Papa Benedicto XVI, “la clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser. La libertad humana es ella misma únicamente cuando responde al atractivo de la técnica con decisiones que son fruto de la responsabilidad moral. Por eso la necesidad apremiante de una formación para un uso ético y responsable de la técnica. Conscientes de esta atracción de la técnica sobre el ser humano, hay que recuperar el verdadero sentido de la libertad, que no consiste en la seducción de una autonomía total, si no en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser “(Benedicto XVI, 2009).

El absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia. No obstante, todos los hombres tienen experiencia de los aspectos inmateriales y espirituales de su vida. Según el Papa emérito, “el desarrollo del hombre alcanza su más alto nivel si consideramos la dimensión espiritual que debe incluir necesariamente el desarrollo para ser auténtico. Para ello se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbra en el desarrollo algo más que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir aquel desarrollo humano e integral, el criterio orientador del cual se halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad “(Benedicto XVI, 2009).

4. Conversión ecológica e interioridad humana

Ante estas propuestas del movimiento ecomodernista y de la ideología transhumanista necesitaremos adoptar una actitud humilde, prudente y responsable, siendo plenamente conscientes de nuestra pertenencia como género humano al conjunto de los sistemas de la Tierra, atendiendo de esta manera a una ecología integral, fruto de una auténtica conversión ecológica tal como nos propone el papa Francisco en su carta encíclica Laudato Si ‘.

Para Francisco, “la cultura ecológica (…) debería ser una mirada diferente, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático (…) Buscar sólo un remedio técnico cada problema ambiental que surja, es aislar cosas que en realidad están entrelazadas, y ocultar los verdaderos y más profundos problemas del sistema mundial ” (Francisco, 2015).

Laudato Si’ no es simplemente una nueva llamada espiritual a despertar la conciencia social y ecológica. Invita a una reflexión en profundidad sobre la condición humana actual y sobre el “paradigma tecnocrático” que hoy amenaza tanto la interioridad humana como la sostenibilidad. Es, en sus propias palabras “una invitación urgente a un nuevo diálogo” (Pigem, 2017).

Para el Papa Francisco, el problema fundamental es otro más profundo aún: la forma en que la humanidad de hecho ha asumido la tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional. En este paradigma se destaca un determinado concepto del sujeto: un concepto del sujeto que progresivamente, en el proceso lógico-racional, abraza y así posee el objeto que se encuentra fuera. Y este sujeto se desarrolla en el establecimiento del método científico con su experimentación, que ya es explícitamente técnica de posesión, dominio y transformación.

No se trata de retroceder al pasado, sino de “aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera (…). La ciencia y la tecnología no son neutrales, pero pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso varias intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras” (Francisco, 2015). Así pues, se propone orientar la técnica hacia la resolución de problemas concretos, y conectarla con la pasión por ayudar a los demás a vivir con más dignidad y menos sufrimiento. La encíclica Laudato Si’ llama a la conversión del corazón a partir de la fe en Dios. Una conversión que debe apoyarse en una espiritualidad de la sobriedad, centrada en el valor nuclear de la protección del bien común. Una visión muy alejada del desarrollo exponencial deseado por la ideología transhumanista.

En efecto, el Papa Francisco propone una conversión, un cambio de mentalidad, un cambio cultural para lograr una ecología integral, una casa de todos, un oikos común donde la buena economía sea parte de la ecología integral y se rompa el divorcio existente entre la ecología y la economía que comenzó con la revolución industrial y que se ha acentuado en la era de la globalización y de la cuarta revolución industrial (Schwab, 2016).

La conversión ecológica de la que nos habla la encíclica Laudato Si’ es algo profundo y va más allá de la esfera racional, incluso más allá de la puramente afectiva: es integral, toca el modo de percibir, de ver, de estar en el mundo. Movidos por la esperanza y la dignidad humana que no se deja abatir, caminamos en la dirección de la conversión (Carrera y Puig, 2017).

Finalmente, tal y como señala David Jou en el epílogo de Ángeles y robots del filósofo Jordi Pigem, en línea con el desarrollo humano integral y con el desarrollo sostenible como formas de desarrollo que hemos defendido en el presente artículo, “quisiéramos un humanismo con amor por una libertad respetuosa de la dignidad, con cuidado de la igualdad de posibilidades, con conciencia viva y universal; con una interioridad humana rica, profunda y responsable. /…/ Sería liberador ser ángeles (en una plenitud sin posesiones ni necesidades), sería esclavizador ser robots (máquinas movidas sin conciencia por un deseo insaciable promovido desde el exterior). Y a veces, intentando superar esta dicotomía, aspiramos a ser ángeles de dioses equivocados”. (Jou, 2017).

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